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Es de madrugada y bajo la cubierta de la noche un grupo de fuerzas especiales de la policía antinarcóticos de Colombia se esconde entre la vegetación.
Rodean un laboratorio de procesamiento de cocaína oculto en una zona montañosa y boscosa en el departamento de Norte de Santander, junto a la frontera con Venezuela.
Hace horas que esperan en silencio, bajo una constante llovizna.
Y alrededor de las 5 de la mañana, cuando comienzan a llegar los trabajadores del laboratorio, arremeten contra el lugar.
Bajo sus toldos verdes y negros, camuflados en el denso follaje, encuentran tambores con químicos, microondas y generadores eléctricos.
También un "marciano" (una suerte de alambique que permite reciclar productos químicos y ahorrar dinero en insumos), una prensa y otros elementos utilizados en la producción de cocaína.
Además capturan a un hombre.
Luego de recoger evidencia, entre la que se cuentan plásticos calados con dibujos y palabras, utilizados para marcar los ladrillos de cocaína, siembran el lugar con explosivos plásticos C4 y lo hacen estallar.
Es una escena que se repite a menudo en la lucha contra el narcotráfico. Pero en este caso hay un ingrediente particular.
La información de inteligencia necesaria para llevar a cabo esta misión fue recabada con ayuda de agentes de la National Crime Agency (Agencia Nacional contra el Crimen).
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