Lucha antidrogas: romper el tabú

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Lucha antidrogas: romper el tabú

11 diciembre 2012

Imaginar un país sin el asedio del narcotráfico con todos sus tentáculos es un incentivo poderoso que debe despejar los temores de dar el primer paso y abrir, ahora sí, un debate por años aplazado.

Vuelve a estar sobre el tapete la legalización de las drogas. Dos hechos reavivaron el debate. Por un lado, el reciente triunfo en las urnas de iniciativas que dan vía libre al uso recreativo de la marihuana en los estados norteamericanos de Colorado y Washington. Y cuando no se habían asimilado del todo las implicaciones de esta circunstancia, fue estrenado el pasado viernes un documental que sirve de punta de lanza de una campaña de alcance global que busca aportar argumentos sobre lo ineficaz de la actual batalla y así ambientar el giro hacia nuevas formas de afrontar el problema.

Se llama Rompiendo el tabú y habría podido ser una más de las múltiples propuestas que ya han adoptado estas banderas de no ser porque la película que lo impulsa contiene declaraciones de dos expresidentes de Estados Unidos: Jimmy Carter y Bill Clinton. Ambos, por primera vez, plantean puntos de vista críticos sobre el asunto. Sus testimonios aparecen junto a los de Fernando Henrique Cardoso, expresidente brasileño, y a los de un puñado de líderes que han tenido que combatir el narcotráfico, entre los que se cuentan, por Colombia, el expresidente César Gaviria y el actual mandatario, Juan Manuel Santos. Todos los entrevistados reconocen que la estrategia contra este flagelo merece ser reconsiderada. Esto pide la carta que firmaron ellos, con el presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, y otras personalidades y celebridades, como Vicente Fox, Noam Chomsky, Yoko Ono, Mario Vargas Llosa y el cantante Sting.

En su intervención en la película, Santos hace un reclamo. Asegura que, por momentos, en esta guerra el país se siente como en una bicicleta estática, que demanda un gran esfuerzo, tras el cual el panorama a los costados permanece idéntico. Fue la segunda vez que se pronunció al respecto esta semana. Ya el jueves hizo alusión a los cambios recientes al afirmar que el problema "sigue creciendo en otros países con unas contradicciones enormes". Y las ilustró con contundencia al contrastar la persecución de los campesinos cultivadores con "el gringo en Colorado metiéndose su varillo tranquilo".

Este inconformismo es alimentado por cifras que muestran un mercado gigante -con pingües ganancias para los capos-, cárceles llenas de consumidores y, en suma, toda una arquitectura del crimen organizado construida y movida por los 320.000 millones de dólares que al año produce el comercio ilegal de estupefacientes, maquinaria en capacidad de poner en entredicho a Estados enteros y rica fuente de corrosivo poder corruptor.

En este corte de cuentas hay que incluir los millones que los gobiernos gastan en la tarea global de desmantelarla, sin que lo invertido genere el impacto deseado sobre un consumo que varía en sus matices, pero que, en cifras globales, se mantiene.

Ante esta realidad, países como Portugal, Suiza, Holanda y Uruguay han tomado la delantera, con un viraje que ha puesto el acento más en la atención que en la persecución del consumidor. Han entendido que este, más que un criminal, es un ser humano con carencias, que lo conducen a aficionarse a estas sustancias. También, al despenalizar en menor o mayor medida el consumo, han puesto en evidencia cómo la ilegalidad que rodea el mercado de las drogas es, de lejos, la semilla del problema y no quienes recurren a ellas. Han demostrado también, con cifras, que la legalización, combinada con la prevención, es una herramienta más efectiva que la prohibición en la ineludible misión de reducir el consumo. Así las cosas, si la ruta para salir de este costoso y doloroso nudo gordiano parece ya trazada, la pregunta es qué impide pasar a los hechos.

La dificultad está en un lastre alimentado por la herencia de más de tres décadas de una visión según la cual el uso de drogas es, por sí mismo, el caldo de cultivo del crimen y no el manto de ilegalidad que cubre la cadena de producción y venta. En este orden de ideas, el consumo en sectores marginados es el más visible, lo que da pie a infundados estigmas. Por todo esto, el costo político de salirse del molde resulta muy alto. Similar situación enfrenta, de cara a la comunidad internacional, cualquier país involucrado en la guerra contra las drogas que hoy se la juegue por cambios de fondo.

Es ese el tabú que, con acierto, el Presidente invita a cuestionar. Es justo ahora, cuando la vieja fórmula da muestras fehacientes de haberse agotado, cuando más se debe estimular y premiar la búsqueda de nuevas y audaces hojas de ruta.

Colombia puede liderar esta transformación. Le sobra autoridad moral para asumir la voz cantante. Lo ocurrido en Washington y Colorado debe ser interpretado como indicio de cambios en curso en la mentalidad de la población norteamericana que elige a los gobernantes que desde Nixon hasta Obama han mantenido la visión prohibicionista.

Las señales son, pues, positivas y la ruta planteada es la correcta. Es hora de demostrar que ya son cuarenta años buscando la calentura en las sábanas y de socavar con argumentos la vieja manera de concebir el problema. Imaginar un país sin el asedio del narcotráfico con todos sus tentáculos es un incentivo poderoso, que debe despejar los temores de dar el primer paso y abrir, ahora sí, un debate por años aplazado.

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